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lunes, 18 de abril de 2016

Librería «El Buscón»: sobrevivir 37 años con filosofía en La Prospe (Madrilanea)

La tienda es desde hace más de tres décadas un referente del pensamiento en Madrid. A costa de su patrimonio y el de sus familiares, la cooperativa trata de torear la crisis del papel.
El buscón, librería del barrio de Prosperidad

Cuando alguien entra en la librería «El Buscón», en el barrio de Prosperidad, se encuentra de costado con un retrato en blanco y negro de Luis de Góngora y Argote. El archienemigo de Francisco de Quevedo, cuya obra «La vida del Buscón» da nombre a la librería, preside una estancia atiborrada de obras literarias donde han corrido ríos de filosofía durante 37 años. Góngora es un disidente en el reino de Quevedo, como la filosofía parece serlo en nuestros días. Sin embargo, el retrato de Góngora no es tan representativo del lugar, como lo es la enorme mancha de humedad que se extiende por el techo agrietado. «El Buscón» no vive su mejor momento.
De ser el referente en el mundo de la filosofía madrileña, ganador del Premio Nacional de Difusión Cultural en 1985, «El Buscón» lucha ahora por sobrevivir a la crisis del papel. Hoy, las librerías de barrio son raros cachivaches. Una raza en peligro de extinción. «Nos hemos convertido en ferreterías, donde entran y salen libros de forma bestial. Cuando empezábamos, los libros se devolvían a los seis meses aunque no hubiéramos vendido nada. Ahora hay libros que se devuelven al mes», explica Luis Sancho Mantilla, apoderado de la cooperativa de vecinos que fundó la librería.
El barrio de Prosperidad era a principios del siglo pasado un lugar deprimido e insalubre, con una alta tasa de mortalidad y de analfabetismo. El hermano pobre de Chamartín, que tampoco pasaba de ser un pueblo con pretensiones de barrio. De hecho, ninguno de los dos sabía muy bien qué tipo de lugar quería ser. Conforme se internaba el siglo, aterrizaron los comercios, un paseo repleto de cines, Gabriel Celaya, la inmigración, la efervescencia social y… la cultura. Los vecinos de Prosperidad siempre se cuidaron de mantener un recoveco donde volcar sus inquietudes culturales. Ya habían elegido qué barrio querían ser.

Se busca un heredero al Ateneo Politécnico

Durante el Franquismo, el centro de educación Ateneo Politécnico se levantó como el indiscutible referente del barrio. A su cierre en 1977, surgieron varias iniciativas para alzarse monumento a la cultura. Prendió en esos años el centro de autogestión Escuela Popular de Prosperidad; y donde se ubicaba la Escuela de Mando de la Falange brotó el colegio Nicolás Salmerón. En 1976, coincidiendo con la ola de librerías que trajo la Transición, nació «El Buscón». Al abrigo de la asociación de vecinos, miembros, amigos y familiares pusieron su granito de arena para montar un negocio en forma de cooperativa. «El movimiento ciudadano era muy fuerte. La idea era abrir una librería como centro de discusión y de reunión cultural», relata Luis Sancho Mantilla. Una iniciativa, siempre, sin la injerencia de partidos políticos.
Con nueve años, Luis Sancho Mantilla se topó con un mundo sin fronteras cuando leyó su primera novela, «Sin familia» del francés Hector Malot, y se sumió en el placer de la lectura. Todavía no podía sospechar que su vida laboral iba a rodar sobre alfombras de papel. Luis Sancho Mantilla se va a jubilar en pocos años. Aunque sigue de apoderado en la cooperativa, se ha retirado temporalmente de la primera línea de un negocio que ha ocupado toda su vida laboral, y lo hizo casi por accidente. En su génesis, el madrileño vio en «El Buscón» un trabajo temporal que compaginar con la carrera de Económicas. «Todos los que empezamos pensábamos que íbamos a estar dos o tres años hasta terminar la carrera». Sin embargo, para un voraz lector la oportunidad de quedarse a solas con centenares de libros solapó las innumerables desventajas de dirigir un pequeño negocio. «Es un trabajo muy esclavo donde no se cobra mucho. De hecho, en época de crisis hemos tenido que poner nosotros parte de nuestro patrimonio», argumenta el librero.
Desde su apertura, «El Buscón» albergó tertulias, exposiciones, conferencias, obras de teatro, presentaciones y cursos de todas los campos. No obstante, la presencia habitual del filósofo Juan Blanco de Seda, calificado por algunos como el último filósofo griego, decantó que la librería se especializara en el sublime arte de pensar. «El Buscón» vivió sus mejores años. La escritora Carmen Martín Gaite, los filósofos José Luis López Aranguren, Emilio Lledó, Javier Muguerza Carpintier, entre otros, se dejaron caer por allí, ya fuera en tertulias o en cursos. Tampoco permanecieron ajenos a este foco cultural los dos grandes literatos que han residido en Prosperidad: el escritor Rafael Sánchez Ferlosio, Premio Cervantes 2004, y Grabriel Celaya (¿será también la filosofía un arma cargada de futuro?), destacado representante de la poesía social. Y, en el caso de Sánchez Ferlosio incluso impartió una charla en la librería, algo extraño para un escritor que siempre ha escatimado sus apariciones públicas.

«Casi no sobrevivimos a la llegada de los noventa»

El año 1985, «El Buscón» recibió el Premio Nacional a la mejor Difusión Cultural. El negocio daba trabajo a siete personas (ahora lo llevan tres) y contó con una revista propia durante doce años. A su vez, los beneficios se volvían a invertir en el centro. Sin embargo, el auge cultural se topó con un escollo levantado a su puerta y con la crisis económica derivada de Barcelona 92′. «Casi no sobrevivimos a la llegada de los noventa. Montaron un Crisol frente a nuestro local en el peor momento para nosotros», asegura Luis Sancho Mantilla. Curiosamente, la pequeña librería aguantó el pulso, gracias al dinero de amigos y familiares, mientras las librerías de Crisol se resquebrajaban por cuestiones internas. «Si Crisol hubiera seguido abierto habríamos tenido que cerrar como han hecho muchísimas. Si miras en un radio de tres kilómetros no habrá más de dos librerías de barrio».
Luis Sancho y Lara Sánchez en el Buscón de La Prospe

Cuando David se felicitaba por vencer a Goliat, irrumpió la crisis del papel. Y los años cayeron sobre sus miembros. Muchos de los fundadores de «El Buscón» han fallecido ya y los literatos acuden a cuenta gotas. Algunos han muerto. Como Juan Blanco, del que Ángel Gabilondo, ex ministro de Cultura, dijo que «es lo mejor que le ha pasado a la filosofía en Madrid en las últimas décadas». Otros como Francisco José Serra –profesor de la facultad de Políticas de la Universidad Complutense– dejaron de frecuentar «El Buscón» cuando se alejaron del barrio. Mudanzas, decadencia del papel y… ¿desinterés por la filosofía? No en opinión de Serra: «Si se plantea bien, no como algo académico, la filosofía interesa, y mucho. Son cosas que afectan a la vida cotidiana».
Ahora, la librería es estrictamente un negocio de barrio, lo cual no es poco. Las actividades culturales han quedado reducidas a eventos concretos. Aunque ya no pueden mantener el nivel de efervescencia cultural, tratan de que la librería sea un lugar agradable donde haya una relación de lealtad entre libreros y clientes.
«No he tenido la suerte de conocer una librería igual en mi barrio. Aquí no se vende por vender, lo más importante es ser sincero», sostiene Lara Sánchez, que junto a Concha –una de las fundadoras– atiende el negocio.
Lara Sánchez, estudiante de filosofía, fue la última en subir a un barco que se hunde. En Madrid, como en otras ciudades europeas, las librerías de barrio escasean. Son extraños en su propia tierra, salvo en zonas céntricas. Por ello, la joven filósofa sabe que tendrá que remar muy fuerte si quiere tomar el relevo. «No hay que ser masoquista. No me importaría luchar pero hay que luchar mucho» explica. Nada le gustaría más a Luis Sancho Mantilla: que alguien sujetara el timón. «Este trabajo tiene muchas cosas malas, pero cuando ves la caja llena de cartas de agradecimientos por los libros recomendados se te olvidan todas». De momento, «El Buscón» seguirá a flote mientras el dinero y la voluntad de los vecinos lo permita. Eso, y que el retrato de Góngora no cobre vida y prenda fuego a la tienda.

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