Si lo andan buscando, no tiene pérdida. Todo recto, al fondo, a la izquierda. No es probable que se mueva del sitio. Lleva allí toda la vida. Hijo del prestigioso cirujano y defensor de la sanidad pública José Toledo, ya veía de niño cómo en el franquismo tardío se escondían en su casa del barrio madrileño de Prosperidad perseguidos por la dictadura. "Crecí junto a los pósteres del Che, con música de Paco Ibáñez y Víctor Jara, oyendo hablar del Polisario y la izquierda revolucionaria de los cincuenta y sesenta", cuenta.
"Fue un error grave decir que la mayoría de presos cubanos eran terroristas"
Guillermo Toledo (Madrid, 1970) responde y fuma apaciblemente mientras habla de cine, de teatro o de recuerdos de niñez. Únicamente se reclina hacia delante para enfatizar cuando sale la política. El hombre, cómo decirlo, no vale para diplomático. Dice lo que piensa sin reparar en las sutilezas de la corrección política.
Toledo estuvo en la diana tras calificar como "preso común" a Orlando Zapata, muerto en huelga de hambre en Cuba, y decir que "la mayoría de los presuntos disidentes" allí "son terroristas". "Fue un error grave llamarlos así. Es la palabra que utilizan mis rivales políticos para criminalizar a la izquierda real de este país". Hasta ahí su rectificación.
El chaparrón lo pilló en Melilla. "Me llegaban SMS de los colegas diciendo Vaya hostias te están dando...'". De las críticas recibidas, ignora la brutal campaña de los medios ultras. "Willy Toledo la tiene pequeña", llegó a decir un comentarista en un alarde de fogosidad. "La derecha me la tenía jurada desde los Goya del no a la guerra'. Paso. Lo que dicen cae por su peso", asegura.
Sí se adivina cierto rencor hacia lo que él llama "medios de supuesta izquierda". "Se cebaron conmigo. Influyó mi apoyo a Aminatou Haidar. Y sus intereses en América Latina. Sigo creyendo que no se puede ser de izquierdas sin defender la revolución cubana, aun siendo crítico", opina. Y añade: "En muchos sentidos tenemos mucho que aprender de Cuba". Ideológicamente se define como "socialista libertario", no comunista.
"He sido juerguista, pero ya no. Me cuido física y espiritualmente"
Aficionado a hacer novillos desde niño, Guillermo, el menor de cuatro hermanos, saltó de un colegio a otro hasta que sus padres lo mandaron a Athens (EEUU) para estudiar segundo de BUP, "a ver si así lo aprobaba". En su año allí, a los 16, aprendió inglés, se hartó de ir a conciertos y se enamoró "del cine, la literatura y la música norteamericana". Pero estudiar, poco. Y dejó las aulas.
Le picaba la idea de ser músico. "Me habría encantado. Y sigo en ello", dice. ¿Qué toca? "Nada", responde. Y se ríe de la contradicción. Es una de sus pocas carcajadas. Popular por sus papeles cómicos en la serie Siete vidas y en la película El otro lado de la cama, en corto se maneja como un tipo más bien serio. "Bueno aclara luego, chapurreo la guitarra. Decir que toco sería sobrarme".
A los 19 entró en la escuela de interpretación Cristina Rota. Allí coincidió con Ernesto Alterio, Juan Diego Botto, Alberto San Juan... "Al principio era terriblemente malo", exagera. Con San Juan, que compartía su vocación de fundir arte e intención política, fundó la compañía teatral Animalario, hoy de las más prestigiosas y laureadas del país.
Orgulloso de 'After'
Tras declararse "insatisfecho de la mayoría" de películas que ha hecho, defiende con entusiasmo After (Alberto Rodríguez), que narra una interminable, brumosa y decadente juerga. "Yo he sido muy juerguista, pero ya casi no salgo. Llega un momento en que lo has hecho todo", cuenta Toledo, que vive solo en Carabanchel y al que le gusta escaparse a la costa de Cádiz. Ahora madruga y se cuida "física y espiritualmente". "Lo mires como lo mires, soy un privilegiado. No necesito trabajar para vivir".
Por eso se vuelca en proyectos que le tocan la fibra. Aparte de Penumbra, nueva obra de Animalario, que ensayarán desde otoño, coproduce tres documentales: uno, sobre la música tradicional cubana; otro, sobre el líder independentista canario Antonio Cubillo, que sobrevivió a un atentado en 1978 "la primera vez que España fue condenada por terrorismo de Estado", dice con satisfacción; y el tercero, La isla velada, sobre "aspectos positivos desconocidos de la sociedad" en cierto país caribeño que el lector ya habrá adivinado...
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