Crecí, es un decir, en un sitio al que dicen la Prospe. Es y será mi barrio siempre, me vaya o vuelva, esté donde esté. Conforme han ido pasando los años, han ido desapareciendo la pequeñas casitas bajas que poblaban sus calles, sustituidas por modernos bloques de apartamentos. Sé que es el curso de la historia y que así debe ser, pero permítanme que hoy, una mañana melancólica de primavera, recuerde.
Recuerde cuando de niño, aún había fábricas en el barrio. Enormes estructuras de metal, como la de Danone, que marcaban los límites de mi mundo imaginario. Todo aquello fue desapareciendo y, desde hace años, apenas quedan algunas casitas bajas como muestra de lo que la Prospe fue en su día. Una de ellas estaba en mi calle. La recuerdo como una peluquería, con una madre y una niña poco más o menos de mi edad. Una de mis primeras amigas del barrio, aunque a estas alturas no soy capaz ni de ponerle nombre. Era la única casita baja que quedaba en la calle, es verdad que aún hay otra vieja, justo enfrente de casa, pero esta casi sin ningún encanto.
El otro día, de camino, a casa de mis padres, me fijé. Ya la han tirado. En realidad, ya hay otro apartamento casi terminado donde antes estuvo la peluquería. No me había dado cuenta hasta ahora. Poco a poco mi calle se va dejando de parecer a la que aún recuerdo de cuando allí vivía. Ni mi cabina, en la esquina con Clara del Rey, es ya la misma. Cerró también la galería comercial y todo se ha ido poblando de groseras oficinas bancarias. La fugacidad de las cosas, incluso las más estables, es un aviso para todos, para nuestras vidas. Hasta aquellas de las que hablaba Borges son fugaces.
Si la fugacidad es la clave de la modernidad, si hasta la infancia de uno cambia con los años, entonces es aún más importante cuidar a las personas que tenemos cerca. A las personas de verdad. A quien nos quiere por lo que somos y no por quienes somos. A quienes nos conocen y, pese a todo, nos estiman. Porque la vida es una carrera de fondo, una carrera larga, larga de cojones. Y es necesario transitarla en buena compañía.
¿No le parece, desocupado lector?
PS: Txarrena cantaba, siempre en 1992: "Sólo aparezco desnudo ante ti / si me permites llorar también alguna vez; / encadenado a fingir la segunda piel, / el personaje que veo se parece a mí."
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