El gracioso más serio
La gran oferta cultural que puede dar Madrid es la hostelería, saber que a las cuatro de la madrugada hay sitios abiertos
El sentido del humor del Gran Wyoming tiene su cuna y sus raíces en el barrio de Prosperidad, donde nació y vivió hasta hace cuatro años bajo el nombre de José Miguel Monzón, Txetu para los amigos. Testigo del nacimiento de la movida que tuvo lugar en este barrio, levanta risas a su pesar, porque a él lo que le hubiera gustado parecer es "intelectual, laberíntico, complicado, profundo y con grandes dosis de reflexión". "Yo hago gracia porque estoy deteriorado, no porque me plantee intelectual o visceralmente que quiero hacer reír". Pero a sus 35 años ya se ha acostumbrado a que, la gente espere que cuente algo gracioso.Por culpa de los norteamericanos y sus emotivas series televisivas sobre Marcus WeIby y el doctor Gannon sufrió la fiebre de Hipócrates y se convirtió en el doctor Monzón, adscrito al Insalud. "La medicina no me gustaba en la manera en que estaba planteada, aquello parecía campañas de vacunación del Tercer Mundo, 200 tíos esperando y tú sin tiempo para escuchar su historia", explica el que fue médico de Buitrago de Lozoya al mismo tiempo que seguía actuando durante los fines de semana "en las discotecas más macarras de la periferia" con su grupo de rock Paracelso y sus letras duras.
La metamorfosis del doctor Monzón en el Gran Wyoming comenzó con la disolución del grupo. Se quedó sólo con su pianista y tuvo que adecuar su repertorio, hasta entonces compuesto de canciones rockeras, en otro más serio para piano y voz. "Yo les cantaba un chotis o un cuplé y la gente se moría de risa", recuerda. "Entonces tuve el único resorte claro de inteligencia de mi vida, que consistió en capitalizar aquella risa en lugar de cortarme las venas, pegarme un tiro o retirarme", explica Monzón-Wyoming.
La casa de sus padres está a unos metros del lugar donde se inició la movida. Su madre inauguró la farmacia del barrio en los años cuarenta, cuando Prosperidad era un pueblo separado del resto de Madrid, lo que permitía que el niño Wyorning se fuera por los descampados con sus amigos y se subiera a los cerros, donde ahora está situada la plaza del Perú, para contemplar los trigales: "La ciudad se acababa aquí. Por un lado teníamos el campo, y por el otro, el Madrid puro y duro".
Su afición por la ciencia se inició con la descuartización de todo tipo de reptiles callejeros, que posteriormente colgaba de la pared obteniendo un considerable olor a podrido que impregnaba la habitación. Los niños de los años sesenta del barrio de Prosperidad, hoy encerrado en medio de Madrid, pescaban en un canalillo y sufrían los golpes del cojo Cojones, guardián del Canal de Isabel II y sus acequias, quien poseía una particular manera de entender la doma de la infancia.
Prosperidad, hoy convertida en un lugar urbanizado con antiguas fábricas mudadas en gimnasios de lujo o periódicos, era un polígono industrial de calles de arena. "Esto era un pueblecito. El dinero no se usaba, todas las familias tenían cuenta en las tiendas. En aquella época, como ahora, yo era el de la farmacia", dice Wyoming, que recuerda que aquella manera de vivir permitía una relación diferente a la urbana. "Todos éramos de la misma parroquía y de los mismos bares, y allí se reunían el señorito, el chorizo y el yonkí", lo que aportaba una moralidad distinta en cuanto a los juicios de los vecinos; "un drogadicto de lejos es una persona malsana; sin embargo, si es el hijo de la señora María, es un pobre hombre que se droga".
Llegó el progreso
A Prosperidad llegó el metro, que sirvió como cordón umbilical del barrio con la ciudad hasta entonces lejana. Unos años más tarde, otro hecho de mayor relevancia histórica, la muerte de Franco, dejó vacío de contenido ideológico y de personas el inmenso centro de mandos José Antonio, hoy convertido en el centro Nicolás Salmerón, de profesores de gimnasia y política, que en cuestión de seis meses se pobló de más de 30 grupos de música en plena efervescencia artística que empezaron a ser considerados como la entonces nueva movida madrileña.
Del ateneo de la Prospe (nuevo nombre que adoptó) salieron La Romántica Banda Local, los Caca de Luxe con Alaska al frente, Aviador Dro, Paraíso, La Mode, Tartana y otros tantos grupos. "Aquello era un centro cultural autogestionado del barrio, que tenía más éxito que los centros culturales municipales", recuerda Wyoming. Aquello duró poco. Tierno Galván les pidió que se marcharan después de que les cortaran la luz y el agua.
"Los jóvenes sólo necesitan locales para tocar, la esencia es encontrar un sitio, encontramos 40 celdillas y salió la movida", dice. "La movida nunca fue bohemia. Todos querían hacerse famosos y ganar dinero, lo que constituyó fue una visión nueva; hasta entonces había dos tipos de música, la de Luis Mariano y la underground, hecha por un personal marginal. Con la movida, la gente bien, que no quería dejar de serlo ni desclasarse, empezó a hacer música", dice el actor.
La música española volvió. a renacer, "el rock era un rollo de fumar canutos y andar mucho por la calle, con Franco eso no se podía hacer, porque se prohibía hasta ir a ver al tranquilo saxofonista Pedro Iturralde".
La época dorada de Rockola y luego de la Morasol era "epatante, entrabas a los sitios y encontrabas un ambiente que no veías por la calle, pelos de colores y gente con aspectos curiosos, que contrastaba con la visión más rural del resto de la ciudad, ahora está todo más repartido y hay menos diferencia, hay movida por todas partes".
La futura capitalidad cultural de Madrid no le hace mucha gracia al Gran Wyoming, que como otros antiguos popes de aquella movida volvieron a unirse este año para criticar la política municipal de Matanzo.
"La gran oferta cultural que puede dar Madrid es la hostelería, saber que a las cuatro de la madrugada hay sitios abiertos. Hay gente que piensa que esto es una gilipollez porque prefiere que haya otro premio Nobel, pero yo lo veo así. Los extranjeros, cuando vienen a Madrid, se quedan acojonados. No saben si esto es el paraíso o un decorado que les han montado para ellos. Esto es la libertad", explica el artista, que transmite la cruda realidad con una facilidad verbal que le hace ganarse la vida. "Wyo es un monstruo", dicen a coro sus amigos en un bar. Las señoras mayores del barrio también siguen sus pasos a través del televisor.
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