En ocasiones me llega una madre o un padre preocupados y me dice: ¿Has visto “Hermano mayor”? Pues así está mi hijo (o hija)
Si encima, como ha sucedido estos días, hay noticias que envuelven a menores ejerciendo una violencia desmedida, la alarma se dispara. Considero que hay que hacer unas puntualizaciones, y quiero aprovechar esta plataforma para hacerlo:
a. Antes de nada: ¿De verdad es como en “Hermano mayor”? Porque un adolescente quiere sentir que pertenece a su grupo de amigos y estos se convierten en “autoridades”, va a pretender saltarse normas, nos va a poner a prueba, va a querernos transmitir que no lo sabemos todo, y además tendrá razón en esto último. Ni todo ha cambiado a peor, ni se puede hacer un drama por cada cosa que dábamos por hecho y que nuestro hijo o hija no hacen o hacen de manera diferente. Un adolescente “sano” va a ir paulatinamente separándose de nosotros, va a descubrir que no somos perfectos –de nuevo, estará en lo cierto- y va a vivir un pequeño periodo de duelo por esos padres que creía que eran Supermán y la Mujer Maravilla.
b. También toca despedirse del cuerpo de niño. Bienvenidos seáis, granos, músculos nuevos –o peor, músculos que le llegan al de al lado-, periodo, vello y olor corporal desconocidos… puede que nuestra propia “transición” quede lejos, pero si hacemos memoria, igual recordamos que fácil, no suele ser. En esta etapa puede que nuestros hijos se decidan por una u otra “tribu urbana”. La búsqueda de identidad es feroz, y como he mencionado antes, la necesidad de pertenencia también.
c. ¿Estamos nosotros y nuestros miedos poniéndonos entre nuestros hijos y su desarrollo? ¿Ese amigo que no nos gusta nada no nos gusta por razones objetivas, o es por su pinta? ¿Sé algo sobre cómo va el mundo, o sigo pensando que todo tiempo pasado fue mejor? No queda más remedio que respirar tres (o treinta) veces y hacer un análisis más profundo de las cosas. Las prohibiciones provocan reacciones. Especialmente si son arbitrarias.
d. Esto no quiere decir que no pongamos límites. Quiere decir que deben estar razonados, y deben ser claros, coherentes y consistentes.
e. Eso me recuerda: siempre se ha de hacer “frente común”. Los padres debemos dar un mensaje claro y único.
f. Dicho esto: No caigamos en eso de que la culpa siempre es de los padres. Los padres tenemos mucha relevancia, perono somos omnipotentes. Lo primero es intentar “contener” las actividades de riesgo: sexo, drogas, pequeños delitos… hace falta una buena educación sexual, una buena educación sobre drogas –y los padres quizás no seamos los mejores tutores, pero hemos de hacer por estar al día y por compartir información con los hijos-, y por muy duro que suene, debemos hacer que nuestros hijos asuman la responsabilidad de las cosas que hacen: pagar sus multas es un buen ejemplo (aunque les adelantemos el dinero) Si algo sabemos sobre los seres humanos, especialmente los que van estando “creciditos” es que: sin consecuencias, no hay cambios.
g. Pero no siempre es para tanto. Tener un menor (o no tan menor, dado que se ha alargado la edad a la que los hijos se van de casa) rebelde en casa no es una situación de agrado para nadie. Probablemente no lo sea ni para el menor mismo, y eso es precisamente lo más poderoso que vamos a tener para abordar a nuestro adolescente. Plantear la cuestión cómo:“¿Crees que esta situación que vivimos está bien?” En lugar de culpabilizar o culpabilizarse, o de amenazar, o de “pasar” por miedo. De ahí ya podemos “enganchar” con la idea de hablar, cambiar y pedir ayuda. A veces, conviene buscar un “mediador válido”, que puede ser un familiar o amigo en el que el menor confíe.
h. No hay recetas mágicas. Lo que planteamos los psicólogos en páginas como ésta son aproximaciones pero, como suelo decir en consulta, somos como un entrenador personal: podemos decirte como te va mejor hacer flexiones, pero eres tú el que tiene que hacer el esfuerzo. Ser padres no es estar siempre a buenas con los hijos, es hacer lo que más les conviene. No podemos pretender que un joven que no ha desarrollado tolerancia a la frustración en quince años, lo haga el día que quiere un móvil de mil euros.
i. Los casos no son “fotocopias” unos de otros. Es bueno informarse y tener orientación, pero los profesionales estamos ahí para ayudar con el análisis y para aportar perspectiva, como un compañero de viaje, o un entrenador –de nuevo-. Además, los que tenemos experiencia y formación relativa a adolescentes, contamos con herramientas para que éstos no sientan que somos una prolongación de los padres, otro adulto que va a juzgarles y a echar el sermón.
j. Para finalizar por esta vez, una máxima: “Cuanto antes, mejor”. Es decir, eduquemos a nuestros hijos, entrenemos la manera de hablarles, informémonos, para que las etapas se sucedan con el menor roce posible. Si hay que pedir ayuda, se pide, pero mejor antes que después.
Espero que os resulte de utilidad. Recordad que podéis proponer temas enviándome un correo a jmirandac@cop.es
www.jaimemiranda.es
www.psicologospradillo.es
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